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jueves, 15 de noviembre de 2012


Motivos de reflexión

Columnista Carlos Herrera Rozo
No más violencia ni lluvia de balas (perdidas)Se afirma, por unos y por otros, que vivimos en un mundo de cambios rápidos y violentos, que la violencia y la falta de reflexión se apoderan del entorno, que somos cada día menos dialogantes y que nos adherimos a ciertas ideologías sin pasar sus principios por un análisis crítico que nos permita un cierto equilibrio entre lo que somos y lo que queremos ser. La peor violencia, aparte de cualquiera otra interpretación sociológica o política, es la ignorancia y ella, querámoslo o no, proviene del sistema, está en el interior mismo del establecimiento. Al parecer, dentro del grupo social en que vivimos hay gentes para las que la equidad tiene la forma y adquiere el valor de una perplejidad constante y paralizante, gentes cuyo mezquino espíritu procuran por todos los medios mantener en la ignorancia a las mayorías para poder someterlas y con ello, engrosar cada día más sus carteras... Es esta violencia soterrada la que nos preocupa y el motivo de esta reflexión.

Vemos todos los días a abuelos adictos a las traga perras, a jóvenes y viejos fanáticos del futbol, a jóvenes sumergidos en internet, adolescentes suicidas, depresivos, yanquis, alcohólicos, marginales de todo tipo provenientes de los más diversos estratos de la sociedad expulsados al borde de la destrucción. En las consultas de las clínicas psiquiátricas vemos como cada día, con mayor frecuencia, se acercan jóvenes y viejos adictos a internet, a las maquinas tragaperras, a los teléfonos celulares, al porno virtual, al sexo, a las drogas legales o no, a la televisión, a los juegos de roll etc., etc.

¿Por qué ocurre rodo esto?

Porque la cultura oficial prefiere ser laxa, poco problemática, pacífica y contemplativa. Una cultura que no profundice demasiado en nuestras miserias o, que como ocurre con frecuencia, las oculte para no mostrarle al mundo, ni a sí mismos, el sinsentido de varias generaciones de ciudadanos, de gentes jóvenes, que ven como la ilusión de un mundo mejor se desvanece en los despachos de banqueros, multinacionales y tiburones financieros bajo la mirada cómplice de políticos aviesos, pero también de los ciudadanos que permiten la corrupción, mientras pregonan valores que jamás practican.

El mundo en que nos ha tocado vivir, ese mundo levantado bajo los principios de justicia, igualdad, solidaridad y fraternidad se ha convertido a fuerza de engaños y zalemas en una trampa en la que las nuevas generaciones naufragan, se sienten perdidos, como si atravesaran un inmenso desierto donde el avistamiento de un oasis es un monumental espejismo. El panorama no puede ser más desolador: enfermedades mentales, masacres y genocidios, millares de trabajadores sin empleo, cientos de miles de jóvenes deambulando sin destino cierto y ,como telón de fondo, un capitalismo hambriento pregonando nuevas medidas de conformidad con sus cicateros intereses, apoyados por los sectores políticos más retardatarios incrustados en la sociedad. Se trata de quitarle a los trabajadores las conquistas laborales conseguidas en años y años de luchas sindicales, de empobrecer aun más si se puede a la gran masa ciudadana y mantenerla en la ignorancia, de seguir atracando el dinero de los impuestos para hinchar los bolsillos de políticos desaprensivos, de los bancos y de los grandes consorcios económicos.

A estas gentes ya no les basta con las grandes fortunas que han amasado a costa de la miseria de los millones de ciudadanos que han explotado. Ahora quieren más, toda vía más: quieren el dinero público. Por ello los ciudadanos conscientes de sus derechos, deberes y obligaciones no podemos bajar la guardia, no podemos dejarnos engañar por quienes desde la tribuna pública hablan con ambigüedades, ocultándose detrás de las palabras, mintiendo sobre lo que piensan hacer si el favor de los ciudadanos, a los que piensan explotar, los favorece en las urnas.

El voto, nuestro voto, debe ser para aquellos que defiendan, sin más, nuestras conquistas laborales, la igualdad entre hombres y mujeres, la libertad de las mujeres para decidir si quedan o no embarazadas, la educación para todos, la salud para todos, en síntesis, un país ás equilibrado donde todos los ciudadanos sean vistos como iguales, donde no haya ciudadanos de primera y de tercera y donde las nuevas generaciones de ciudadanos tengan un futuro cierto. Pero todo esto requiere una conciencia crítica, no tragar piedras de molino y estar permanentemente alertas para que no seamos asaltados en nuestra buena fe. Albert Camus afirmaba:“algunas veces pienso en lo que los historiadores del futuro dirán de nosotros. Una sola frase será suficiente para definir al hombre moderno: fornicaba y leía periódicos”. Mañana ¿qué dirán de nosotros?...

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