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domingo, 8 de noviembre de 2009

LOS LIBROS DEL VERANO

Los Libros Del Verano


Se inicia el invierno y evidentemente tenemos que aceptar que ha concluido el verano. Tengo la sensación de que las horas de ocio, esas que hemos dedicado a la lectura de un nuevo libro, o a la relectura de alguno que nos cautiva, se han ido, y que la disponibilidad de un tiempo adicional para dedicarlo a la literatura ahora se reducen sensiblemente al escaso tiempo nocturno para leer mientras el sueño nos rinde definitivamente para descansar de las labore cotidianas.
El verano, o el tiempo de descanso que suponen las vacaciones después de un largo período de trabajo trae consigo la expansión del espíritu, una cierta relajación que incita a la quietud y a la vez a la reflexión, cuando no, a la inquietud por conocer física y espiritualmente gente con la que departir intereses comunes; lugares que llenen nuestra vista de luz y color, nuevos sabores gastronómicos y espirituosos licores y vinos que hacen amables las tardes de palique, y, para cerrar el ciclo diario, lecturas que satisfagan la necesidad intelectual.
La lectura es un viaje. Se viaja mientras viajamos y comprendemos de pronto su ensueño: La imaginación se adelanta a los acontecimientos y procuramos adivinar un final que nos acerque al creador de la ficción sin acabar de comprender que el papel del protagonista de la ficción nos está reservado como lectores. Por todo ello, cuando nos sentamos a leer un libro, nos iniciamos en un largo viaje que nunca termina, no porque en la obra en cuestión no haya un punto final, si no porque nosotros como lectores la dejamos en puntos suspensivos: Lo que no hemos comprendido sigue vagando por nuestro cerebro en busca de una aclaración racional, o, lo que es más seguro, en busca de una relectura que nos aclare el juicio y nos permita ver la luz detrás de las palabras. La inconformidad con lo que se lee es la base de la lectura. Si nos acostumbramos a ser conformes con las palabras terminaremos, sin lugar a dudas, a ser conformes con los hechos y los hechos necesitan de mentes críticas para ser estudiados y comprendidos. Son el análisis y la investigación los que nos permiten ver la luz y ese es el éxito de la lectura. La Libertad depende, y mucho, de nuestro inconformismo pero también de nuestra capacidad para leer e interpretar los hechos, es decir que, lectura e inconformismo son actitudes humanas que forman parte de nuestra libertad tanto de conciencia como de actos con las limitantes sociales que estos últimos sugieren impuestos por los condicionantes que libremente nos hemos dado en las sociedades democráticas.
Vivimos hoy en sociedades altamente condicionadas por aceptaciones y sumisiones no siempre impuestas por la ley y la costumbre: Aceptamos el lenguaje y con él toda esa cadena de ruidos, imágenes, sonidos y material escrito que producen masivamente los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. No podemos poner en duda que esta sobre abundancia de información nos ofrece un amplio abanico de posibilidades de enriquecimiento intelectual, individual y colectivo, que amplía las libertades ciudadanas. Aun así no deben perderse las perspectivas que nos indican que dentro de las sociedades entre las que nos ha tocado vivir conviven poderosos grupos políticos, financieros e ideológicos de índole diversa con intereses singulares que pretenden orientar las conciencias sugiriendo miedos y peligros inexistentes con el ánimo de que resbale la inteligencia individual por caminos que la emboten y enajenen. Utilizan las palabras, las imágenes y los sonidos para conformar nuestros sentimientos y necesidades a sus mezquinas semejanzas: agobian nuestra razón, nuestro espíritu crítico y lo someten al miedo, a la inestabilidad y a la zozobra hasta conseguir que aceptemos conformarnos con lo que nos ofrecen.
Supongo que ser conformista es no solamente aceptar lo que se nos ofrece sin posibilidad de aspirar a más y aceptarlo sin protestar. Me temo que esa sumisión es más que eso. Creo que esa aceptación es la liquidación de la conciencia individual para aceptar, sin más, la que nos quieren imponer. Es la pérdida del ser en sí mismo para convertirnos, mansamente, en esclavos de otros diluyéndonos en la conciencia ajena.
Quiero llamar la atención del lector desprevenido para que no se asuste, para que cuando apague la luz, para descansar de la jornada diaria, piense antes de caer en brazos de Morfeo si ha cumplido para consigo mismo y para con la sociedad a la que se debe, o si por el contrario, está en deuda con ellos y con él. De la respuesta que se dé dependerá su propio futuro, pero también, el de sus hijos y nietos y el de la colectividad a la que pertenece. De ahí la importancia de la conciencia individual, del yo interno, ese lenguaje interior con el que acompañamos cada uno de los instantes de nuestra vida y que nos ofrece, si somos lo suficientemente sinceros con nosotros mismos, luz para aclararnos y reconocer el lado oscuro de lo que se nos presenta con destellos que ciegan hasta el entendimiento hasta conseguir la alienación total de nuestra voluntad, el resquebrajamiento intelectual y cultural y la aceptación de obsesiones, ideas y hechos insustanciales que vacían el espíritu y cosifican al hombre. Nos convertimos por voluntad de caprichos ajenos e inconfesables en máquinas, utilizando el lenguaje contemporáneo, en seres virtuales sin ideales ni libertad sujetos al software que nos han incorporado. Lo que quiero significar es que los individuos que componen un determinado conglomerado social no pueden ser personas, tal como lo dispone el derecho positivo y la propia naturaleza del hombre, si no son seres autónomos, si no tienen la posibilidad de desarrollar libremente su pensamiento y aspiraciones por muy modestos que ellos sean o por la mucha o poca incidencia que tengan dentro de su colectividad, al fin y a la postre es esa libertad la que hará posible una sociedad equilibrada y pujante. El pensamiento solo debe nutrirse de libertad.
Los libros, querámoslo o no, son el más significativo principio de libertad y concordia. Los libros son luz que iluminan el intelecto, que abren espacios de libertad, alegría para el espíritu, alejamiento racional de los lugares comunes, de lo ya sabido, de las aberraciones mentales inyectadas desde los mentideros ideológicos y publicitarios a los que nos acoplamos sin reticencias por cobardía, poltronería y desidia del espíritu. Los libros nos ofrecen otras perspectivas. De su lectura se desprende una voz renovadora, nueva y luminosa que nos habla de un futuro menos incierto dentro de la libertad de palabra, pensamiento y obra. Dentro de la literatura encontramos un mundo que, sin ella, jamás habríamos descubierto: La posibilidad de vivir otras vidas y otros mundos, y de intuir que otra vida es posible. La literatura como tradición oral y luego escrita no es solamente el origen de las libertades individuales e intelectuales, sino que ella es en si un territorio libre donde la imaginación humana fluye con la rosa de los vientos. Albert Camus decía que todo muro es una puerta y es que los libros son puertas siempre abiertas muy a pesar de la censura y de los torcidos intereses de los pobres de espíritu.
Ha sido gracias al lenguaje que el hombre abrió una brecha importante con el resto de los animales. El lenguaje le dio la posibilidad de comunicarse, de contar sus sentimientos y necesidades, y la escritura, la posibilidad real de guardar y acumular su historia, de convertir su quehacer cotidiano en acumulación cultural que pudiera ser transmitida a las nuevas generaciones. El entretenimiento lúdico, sin embargo, no es del todo inocente... Imaginar otra vida, vivir otra realidad, presentirla y compartirla con otros supone emprender nuevas experiencias no exentas de egoísmos. La imaginación dispara los deseos y amplia las expectativas entre lo que somos y lo que tenemos y lo que aspiramos y queremos ser. En este abismo existencial entre la vida que vivimos y la que queremos vivir, la vida que fantaseamos como rasgo fundamental de lo humano, la rebeldía, la inconformidad, la insatisfacción permanente, la voluntad de luchar para transformarla y hacerla más placentera, más cercana a lo que queremos que ella sea, a lo que hace posible el progreso del hombre: Desde que el hombre descubrió las tablas de Tel Brook pasando por “Canta, Musa, la cólera de Aquiles”, o,” En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, hasta la última novela publicada en nuestros días encontramos en todos esos textos un denominador común: El hombre que redimido del peso de sus miedos traslada sus sentimientos y experiencias al lenguaje escrito y consigue, quizás sin proponérselo, emocionarnos con ellos y pensar, que los signos por si solos, las palabras, eran el origen del entusiasmo que nos embarga. A la falta de experiencias, de realizaciones pragmáticas, la lectura llena esos vacios del espíritu. Inventar la historia, modificar la historia, contar hechos imaginarios o modificar la realidad con tanta elocuencia, con tantos detalles truculentos, como para que quien la escuche o quien la lea no la olvide, la haga parte consustancial de su propia realidad y la transmita. Esa nueva realidad cargada de verdades a medias o de mentiras se convierte en una advertencia de vida, en una enseñanza, en un medio sin el cual difícilmente se alcanzara la libertad, pero también un medio lúdico, de entretenimiento, de expansión personal, de medio de escape en la lucha diaria por la súper vivencia propia, de la prole y de la colectividad a la que nos debemos.

Carlos Herrera Rozo.