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domingo, 20 de enero de 2013


MAS SOBRE LO MISMO…
He leído, en los últimos días, el libro “La Teoría de la Cosa Pública”  de James M. Buchanan, quien descubrió que era posible la aplicación y la extensión de la teoría económica a las elecciones políticas y gubernamentales, hallando además que era posible extender dicha teoría a las decisiones de los ciudadanos a efectos de hacer posible la elección entre los diversos partidos o ideologías existentes en el mercado político. Dicho descubrimiento le valió el premio Nobel de economía en 1986. Si bien es cierto que no estoy en todo de acuerdo con él, no es menos cierto que varios de sus conceptos tienen cabida dentro de cualquier sistema democrático abierto.
Los economistas se han dedicado, por entero, a estudiar con toda dedicación y esfuerzo el funcionamiento de los mercados, pero con raras excepciones a explicar las decisiones políticas, sin percatarse  de que la maquinaria del estado maneja tantos o más recursos que el sector  privado. Es curioso, por decir lo menos, que no se hayan usado los recursos de la ciencia económica y sus potentes instrumentos para analizar en profundidad los comportamientos de la cosa pública en el funcionamiento del Estado. Antes de las dos Guerras Mundiales, la participación del Estado sobre la economía era mínima. En la segunda mitad del siglo XX alcanzó niveles elevados y una alta tasa de bienestar público en los países desarrollados. En este contexto, James Buchanan, premio nobel de economía, se preocupó esencialmente por entender "cómo funciona la política en la práctica"... Con él nació la teoría de la toma de las decisiones públicas, una nueva rama de la economía  para adaptar las decisiones públicas a las necesidades básicas del estado sin perder de vista el interés general. El "homo politicus" es "homo economicus" y, al igual que un empresario, el hacedor de políticas públicas actúa fundamentalmente guiado por su propio interés alejado del interés general. Ello que se requiera de nuevos enfoques de la teoría política dentro de la vida constitucional para evitar, en lo posible, movimientos perversos que perjudiquen a la población en la que se aplican sus principios. Precisamente, esta delegación  en la toma de decisiones hace que las pensiones, la educación, la salud, las relaciones laborales, los servicios públicos y también el medio ambiente queden a merced de decisiones burocráticas en manos de políticos con compromisos poco éticos  que no necesariamente se guían por el "bien común".
La ciencia económica basa sus análisis en las motivaciones de los consumidores, financieros, inversores, empresarios, etc.,  sustentados  en el interés individual. Ahora bien, la visión que  se tiene de los gobiernos es bien diferente: damos por sentado que  su acción debe de  ser paternalista, desinteresada y generosa buscando con afán el bien común. Pero nos encontramos, más pronto que tarde, con déficit presupuestarios, crecimiento inadecuado de la administración pública, corrupción en la toma de decisiones para favorecer a determinados grupos de presión, fenómenos que deben desaparecer  en el manejo del estado y ser, por consiguiente, incompatibles  con el  buen funcionamiento de la cosa pública. Lo cierto es  que los políticos actúan mas guiados por sus mezquinos intereses que por favorecer el bien común…
Esta forma de actuar ha permeado todos los estamentos sociales y se ha  apoderado, de alguna forma, de la conciencia colectiva: hacer dinero pronto y  fácil  es el leit motiv de la gran mayoría de los ciudadanos. ¿Por qué ha sido tan fácil aceptar esta conducta delictiva? No requeriremos de demasiada imaginación y perspicacia para encontrar sus causas mediatas e inmediatas: La clase dirigente Colombiana, política, empresarial, financiera y comercial se ha dedicado más, en los últimos  cincuenta años, al saqueo del estado que al servicio a la comunidad a la cual dicen que sirven. Lo verdaderamente lamentable es  que la corrupción que observamos todos los días en las altas esferas del estado no ha sido  fácil de asimilar por la sociedad en general toda vez que  el mundo de la política, su discurso, insiste en su motivación generosa y desinteresada para ocultar, mañosamente, sus verdaderos intereses y motivaciones egoístas. Sostienen campañas intensas por los medios de comunicación, para desviar la atención de los ciudadanos, para impedir a toda costa y sin conflicto, que tan corrosivas ideas y actitudes criminales puedan ser analizadas por la comunidad en general.
Como quiera que tengamos que aceptar el carácter interesado de la política también debemos exigir que se establezcan nuevas reglas y controles apropiados para que el sistema gubernativo cumpla sus funciones, aceptablemente, aunque los individuos que gestionen  la cosa pública sean egoístas e interesados. Es decir, que debe diseñarse una estructura estatal Constitucional lo suficientemente rígida que reglamente los incentivos de los dirigentes políticos de manera que sea difícil que pasen por encima de los intereses generales. En otras palabras, debemos exigir que la maquinaria del estado deba funcionar con independencia de que los políticos sean estos  generosos o egoístas, sancionando  la corrupción con penas lo suficientemente duras para que,  quien piense delinquir, sepa  cuál será el monto de su delito contra  toda la sociedad.
Soy un demócrata convencido pero he de reconocer, como muchos lectores, que el voto es un instrumento insuficiente, imperfecto e indirecto  para el buen funcionamiento del estado, entre otras muchas razones, porque el ciudadano no está lo suficientemente informado, pero sí lo suficientemente desinformado por los mas media, para asistir a las  urnas concienzudamente. Los costes para obtener una información relevante que le permitan al ciudadano tomar una decisión consiente son muy elevados dado que tendrá que investigar en fuentes diversas para tener una  respuesta satisfactoria a sus dudas y votar en consecuencia. El ciudadano es consciente, además, de que su voto individual no tiene repercusión alguna sobre el resultado final de las elecciones. En síntesis, tendremos que convenir que, un gobierno al cual los ciudadanos solo tienen acceso para su control cada cuatro años tendera a favorecer sus intereses egoístas y a alejarse cada vez  mas de los intereses de la ciudadanía si no existen elementos constitucionales de control efectivos. En el caso Colombiano, el problema tiende a agravarse cada vez más, toda vez que, las listas electorales son cerradas y manejadas a dedo por los dirigentes de los partidos políticos y a que la casta política Colombiana se mantiene estrechamente unida por lazos familiares, estrechos vínculos económicos y la misma ideología en la comprensión del Estado.
El Economista James Buchanan, premio nobel de Economía, propone una estructura de elección colectiva en dos niveles: política ordinaria, para la toma de decisiones del día a día y la política Constitucional o el procedimiento por el cual se rigen las  reglas de juego, trabas y restricciones, normas legales de estricto cumplimiento y sanciones ejemplares para su incumplimiento, dentro de las cuales deben  actuar obligatoriamente las decisiones gubernamentales. Es la norma constitucional la que requiere un diseño meditado y acotado a los intereses de la sociedad, en la que se ha de aplicar, teniendo siempre en cuenta que el hombre, el ciudadano, sustituye con mucha facilidad  el imperio de la ley, cuando este es flácido y permisivo, por las complejidades de la corrupción y el soborno. Es aquí, y no en otra parte, donde  debemos buscar las causas fundamentales del rotundo fracaso del sistema político Colombiano, viciado desde su raíz y carente de las normas legales y constitucionales apropiadas para detener el caos que nos coloca en la lista de Estados Fallidos en el puesto Nº 52.
Una de las líneas de investigación  de la “Cosa pública” fue la teoría de la “búsqueda de rentas no competitivas”, dado que las decisiones  gubernativas tienden a  favorecer a determinados grupos de poder dejando de lado el interés general. Los grupos de presión, especialmente los empresariales y de forma considerable los dedicados a la especulación con el ladrillo gastan inmensos recursos económicos con el objetivo de adquirir el favor de la clase gobernante: Una simple regulación  que impida el acceso libre de los competidores al mercado, ayudas generosas a una industria concreta, contratos públicos  en condiciones ventajosas, tratos fiscales laxos, constituyen pequeñas y discretas  decisiones que proporcionan a sus destinatarios enormes  beneficios que de otra manera serian difíciles de conseguir, de ahí , de su privilegio, se deduce su carácter de renta no competitiva.
Ante  la perspectiva de  tanta lluvia de millones, obtenidos con tanta facilidad, los grupos empresariales  se muestran  dispuestos a cualquier gasto, donación al partido, regalo en metálico o transferencia a cuenta en paraíso fiscal o garantía de un puesto en consejo de administración tras el mandato, con el fin de inclinar la voluntad del político hacia la concesión del favor. Ello explicaría que, en respuesta, en países como Colombia,  los gobernantes promulguen una auténtica salva de complejas leyes, normas y regulaciones que protegen de la competencia a los grupos privilegiados y lesionan ostensiblemente el interés general. O que impulsen legislaciones fiscales complejísimas, siempre llenas de excepciones y agujeros por los que puedan colarse aquéllos que compraron sus voluntades. Un ejemplo desgraciado de estos malos manejos es el del generall (r) Santoyo, con quien paso algo similar: si bien es cierto que este alto ex oficial tuvo, para vergüenza nacional, relaciones con los paramilitares y con la ‘Oficina de Envigado’, el ex presidente Uribe no fue el único que lo protegió en el pasado.  A Santoyo lo ayudó gran parte de la clase dirigente del país, la gran mayoría pendiente de sus intereses  y de obtener más ganancias por medios ilícitos, los otros, los menos, absolutamente ciegos sobre sus macabras relaciones. Del ex general  ¿Queremos saber qué pasó?  Claro que sí. Los tribunales de Justicia tienen la obligación imperativa de dilucidar responsabilidades ante la opinión pública nacional y no ceder las responsabilidades en terceros,  además foráneos, ajenos a la realidad nacional.
A la hora de medir estas cantidades,  nos sorprendemos. A pesar de los miles de millones en rentas que podían suponer todas estas medidas, los grupos empresariales sólo necesitan gastar una pequeña fracción de todo ese montante para conseguir los favores. Ciertamente, los gobernantes reciben muy poco en relación a lo que conceden. Quizás nunca lleguemos a conocer el volumen que alcanzan los pagos por privilegios y las comisiones reales que las grandes empresas pagan a los políticos en Colombia habida cuenta de la manifiesta dejación de los órganos de justicia sobre el estricto cumplimiento de sus competencias. No debemos olvidar que los hombres están lejos de la redención, que la única solución consiste en comparar unas ambiciones con otras y unos intereses con otros y en comprender, para bien o para mal, que si los  hombres fueran ángeles no necesitaríamos leyes fuertes y bien estructuradas y normas constitucionales inflexibles que las hicieran cumplir. Así mismo tenemos que entender que no se puede cambiar la mentalidad  y el corazón de una persona al cabo de siglos de dificultades, luchas  y odios en cuestión de semanas o meses. No es posible. Así que tenemos la doble tarea de recuperar el Estado para el servicio de los ciudadanos y de reeducar a los ciudadanos para el servicio de la nación.

Carlos Herrera Rozo.


¿Colombia un estado fallido?


Estuve en Bogotá del 2 de Octubre de 2012 al 2 de Enero del 2013  y pude  comprobar, de primera mano, leyendo los periódicos de la ciudad, escuchando las noticias por la TV, escuchando la radio y visitando a mis amigos, de los cuales solo diré que, están en la universidad, en el parlamento, en la judicatura y, algunos, más bien escasos, en los cuerpos y fuerzas de seguridad de estado. De todas estas fuentes extraje, para disgusto mío y también de ellos, que Colombia, esa tierra nuestra verde y herida, es un país, gracias a las clases dirigentes Políticas, Económicas, Financieras y Administrativas un estado fallido, lo afirmo con tristeza y corrijo a aquellos que, desde oscuras atalayas, me acusan de hablar mal de mi país, así como agradezco a todos aquellos que me ayudaron en la comprensión del problema.

Los estados fallidos son un concepto relativamente nuevo que, desde que en 2005 cuando el Foreign Policy  comenzó a publicar el Índice de Estados Fallidos, se ha ido difundiendo. Hablar de estados fallidos es un concepto amplio y no pocas veces confuso que lleva a algunos equívocos, pero que, cada vez se utiliza más por  aquellos que se dedican a dilucidar los problemas de la política internacional  y nacional en este mundo globalizado.
De alguna manera podremos afirmar que los estados fallidos son aquellos que no tienen una estructura político-administrativa que pueda garantizar un funcionamiento mínimo.  El término Estado Fallido es empleado por  politólogos, periodistas y comentaristas políticos para describir un  estado Soberano  que, se considera, ha fallado en la garantía de los servicios básicos y donde la corrupción ha permeado todos los estratos de la sociedad. El centro de estudios  Fund for Peace  ha propuesto los siguientes parámetros para hacer más comprensible  el concepto:
  • Pérdida de control físico del territorio, o del monopolio en el uso legítimo de la fuerza.
  • Erosión de la autoridad legítima en la toma de decisiones.
  • Incapacidad para suministrar servicios básicos.
  • Incapacidad para interactuar con otros Estados, como miembro pleno de la comunidad internacional.
  • Corrupción generalizada en la administración pública.
  • Altos niveles de criminalidad.
  • Elevado porcentaje de refugiados y desplazados.
  • Degradación  económica de la población.
  • Aparición de grupos paramilitares que sustituyen los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado.

Analizando críticamente dichos parámetros, con la realidad Nacional Colombiana, podremos cotejar sin mucho margen de error si nuestro país cabe dentro de la denominación de Estado Fallido.
  Más adelante para comprender con mayor claridad este fenómeno adverso  presentare la lista de los  Estados Fallidos que hay en la actualidad. He afirmado que  los Estados Fallidos  son lugares donde no hay servicios básicos que cubran ampliamente a la población, ni justicia social, ni unas fuerzas de seguridad del Estado mínimamente fiables… ni, por consiguiente, una verdadera democracia. Lugares donde, en pocas palabras, la única garantía fiable es que no existen garantías. Observar el Ranking de Estados Fallidos y encontrar en él al País en que se vive es, por decir lo menos, terriblemente amargo y descorazonador.
Los Estados Fallidos  no son el resultado de una coyuntura desfavorable, sino el resultado de siglos de políticas Nacionales  e  internacionales injustas. Sólo hay que ver que algunos de los países en lo alto del ranking han sido invadidos o tutelados por coaliciones internacionales que, sobre el papel, tenían que ayudar a mejorar la situación de esos países y que vistos los resultados han fracasado estruendosamente.  Eso no quiere decir que todas las naciones en proceso de descomposición sean víctimas del olvido mundial. Irak y Afganistán, los dos frentes principales en la guerra contra el terrorismo, empeoraron a lo largo del año pasado. Sus experiencias prueban que no sirve de nada que se destinen miles de millones de dólares de ayuda a la seguridad y el desarrollo si no van acompañados de un gobierno con capacidad de actuar, dirigentes dignos de confianza y planes realistas para mantener la paz y desarrollar la economía. Igual que existen muchas formas de alcanzar el éxito, también hay muchas maneras de caer en el fracaso.
Desgraciadamente, además, parece que ser un Estado Fallido  es una enfermedad de la que difícilmente se puede salir, ya que, con algunas excepciones, la mayoría de estados que están en los primeros puestos del  ranking han repetido los últimos años en posiciones similares. Cada Estado es un caso diferente, pero muchos son ricos en recursos naturales desde petróleo o gas, hasta minerales o unas tierras ricas para la producción agrícola, como es el caso Colombiano, donde  todos estos factores se cumplen. Su riqueza no justifica su posición en esta lista. En cambio,  vemos con nostalgia,  como entramos en  este círculo perverso y la degradación social facilita que acabemos  siendo la base de todo tipo de actividades  delictivas, como el comercio de armas, de drogas y de recursos naturales  cedidos, sin mayores controles, a las grandes multinacionales que controlan su comercio. Además, ha de tenerse en cuenta, la corrupción administrativa desde las más altas esferas del estado, hasta las alcaldías de los municipios más pequeños.
Esta situación interna y los pobres resultados de las grandes misiones mediáticas  Internacionales para darles apoyo, muestran la necesidad  perentoria de establecer mecanismos de control  y  de gobierno que permitan afrontar estas situaciones desde una óptica más razonable a medio y largo plazo, lejos de los intereses de los países que los "ayudan", cuando realmente prima un interés para controlar la gestión de los recursos naturales.
Debemos tener presente  que, en estos países, la gestión de los recursos naturales y los modelos de producción están lejos de un desarrollo sostenible habida cuenta de que su legislación al respecto adolece  de profundos fallos o de controles efectivos para que se cumpla. Estados donde la educación, la sanidad o el acceso al agua potable son una quimera, el medio ambiente no es sino una ilusión. Es decir, que a pesar de que exista una legislación aceptable, sencillamente es inexistente  porque nadie la cumple  y esto ocurre en zonas de gran riqueza biológica, con recursos hídricos importantes, amplias zonas de cultivos y riquezas  en el subsuelo muy importantes. Un país, cualquiera que él sea, no puede darse el lujo de dejar en manos extrañas, sin controles efectivos, la explotación de sus recursos naturales.
Los estados fallidos son fracasos no solamente Nacionales, sino globales, que afectan el conjunto de naciones y que piden y necesitan  legislaciones claras  y respuestas globales que no afecten su estabilidad. Por ello, una buena gestión de estos estados es necesaria para construir un mundo sostenible y en paz.
Acabar con los estados fallidos es una cuestión de justicia social. Por ello, es responsabilidad de los gobernantes, de toda la sociedad,  implicarse  en conseguir  derrotar la corrupción  y dotar a la justicia  de  todos los elementos legales indispensables para evitar que se burlen las normas que rigen el buen funcionamiento del estado, y garantizar con ello, la viabilidad económica y democrática del Estado. ¿Es una Utopía? ¡No!. Sencillamente, un acto imprescindible para todos los que vivimos en este planeta.
NO es  sorprendente que dentro de esta lista de los países fallidos se encuentre Colombia, a pesar de todo el esfuerzo que se afirma haber  hecho en los últimos años para consolidar su legitimidad, su soberanía y su crecimiento económico, a pesar de ello, aparece en el listado con el número 52.
En el listado se tiene en cuenta la presión demográfica, el número de refugiados, el desarrollo desigual de la población, declive económico, derechos humanos, independencia judicial, servicios públicos, fuerza pública, élites faccionalizadas, grupos de presión, función democrática  e intervención extranjera.
De acuerdo con el analista Larrazábal “este estudio da a conocer por tercera vez que Colombia desde el 2009 hasta este año, aparece dentro de la lista de Estados Fallidos, y de las razones que la revista esgrime esta el tema de corrupción, falta de infraestructura e incluso la aplicación al derecho en salud, conflicto interno, conflicto étnicos, refugiados entre otros” y he  de agregar importantes fallos del sistema judicial colombiano.
Según el estudio, dentro de los países de Latinoamérica, Bolivia, Haití y Colombia aparecen dentro del listado, lo que es sorprendente porque quiere decir que los colombianos estamos a la par de estos dos países en cuanto a estructuración de Estado, lo que podría ser desproporcionado, pero no bastan los esfuerzos del Gobierno, si fallan los cuerpos colegiados en el diagnostico de los problemas y si además la Justicia que es la base de  cualquier democracia se encuentra constantemente en entredicho y no hace cumplir , independientemente de a quien se aplique, la ley . Un estado que envía a sus reos al extranjero para que sean juzgados, por delitos menores, mientras que sus grandes crímenes quedan impunes, no tiene solidez, ni puede presentarse como Estado Soberano…
Recopilando diremos que, los estados fallidos, escribe Chomsky, son aquellos que carecen de capacidad o voluntad política" para proteger a sus ciudadanos de la violencia y quizás incluso de la destrucción" y "se consideran más allá del alcance del derecho nacional o internacional". Padecen un grave "déficit democrático" que priva a sus instituciones de auténtica sustancia. "
Mapa de Estados Fallidos: En color purpura los Estados Fallidos en la actualidad: Colombia en el puesto 52.
 
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