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domingo, 12 de octubre de 2008

LOS ASESINATOS EN COLOMBIA

Los asesinatos en Colombia

Mauricio Castaño H
Historiador
mauriciojota@yahoo.es

Colombia entera lloró de manera manipulada una sola tragedia con el asesinato del niño Santiago. El escándalo fue explotado por todos medios de comunicación para su difusión amarillista. No hubo medio electrónico, hablado o escrito que no registrara la condenable muerte del pequeño. A partir de este contexto mediático nacional, aparecieron todo tipo de líderes a pedir cadena perpetua, pena de muerte, castración y otro sin número de propuestas propias de la calentura del momento. Ninguno de los vociferantes, ni siquiera los que pasan por nueva generación política como David Luna o Simón Gaviria, ni el propio fiscal Mario Iguarán, se les ocurrió ni antes, ni durante, ni después, mencionar 132 muertes de niños y niñas. Ni tampoco se les ocurrió aclarar que 31 de ellos eran tan solo bebés.

Como tampoco hubo denuncias de moralistas, ni despliegue de medios de comunicación de igual magnitud a la masacre de un bebé de 4 meses asesinado junto a sus padres y encontrados en una fosa común, a manos de un paramilitar. Igual suerte se corrió con los 100 asesinados y luego desenterrados e incinerados para borrar cualquier evidencia como lo confesó el paramilitar, Jorge Iván Laverde, alias el Iguano. Y con las ejecuciones extrajudiciales cometidas por el ejército a los jóvenes de Soacha y que luego fueron presentados como positivos, para ganar, entre otras cosas, días de descanso, ocurrió otro tanto de silencio.

Tampoco a ninguno de estos protagonistas que hablan como adalides de la justicia pública, se le ha escuchado denunciar la desproporción, de simple aritmética, que hay en la aplicación de la justicia a paramilitares por un lado, y a delincuentes comunes por otro. Por ejemplo, al asesino del niño Santiago se le aplicará la pena máxima de 60 años sin ningún beneficio, que con la expectativa de vida que hay en Colombia, equivaldría a cadena perpetua. En este hecho la Ley es Dura. En el caso de un paramilitar que hasta el momento ha reconocido 5 mil muertes, léase bien cinco mil asesinatos, tan sólo pagará 8 años de cárcel, que haciendo cuentas mal hechas, pagaría por muerto menos de 12 horas de prisión. En este hecho la ley es blanda. Muy blanda.

Vemos en esta escena mediática un recurso de uso manipulador. Pues si bien el amarillismo garantiza buena audiencia, también es de gran utilidad para el Gobierno, poder extender una cortina de humo para encubrir asesinatos que rayan con un peligroso quiebre institucional. El país presenció, no con la importancia debida, la penetración de la mafia en el aparato fiscal. Hoy este debate delicado prácticamente se ocultó.

Este recurso de usar la tragedia de niños para ocultar problemas reales, lo conocemos de gobiernos anteriores. Con el gobierno de Turbay Ayala, se creó la tragedia nacional con otro niño cuyo nombre, decían, era Nicolás, y que todos los medios le llamaron en diminutivo: Nicolasito, para despertar mayor sensibilidad. De él nunca se conocieron las imágenes que lo mostraron tragado por un poso, ni así, ni de ninguna otra manera. Lo que sí se especuló mucho fue que tal entretenimiento fue creado para pasar el cargamento de drogas alucinógenas más grande hasta el momento hecho en el país. Otro tanto hizo el gobierno de Belisario Betancur con la tragedia de la niña Omaira. Una pequeña a la que mientras le televisaban su agonía, los medios eludían la discusión sobre la responsabilidad de la quema del Palacio de Justicia.

Preocupa no ver en todo este show institucional, un proceso sacrificial en el que se quiera limpiar algún pecado colectivo que traiga la paz por medio de un chivo expiatorio, algo similar cuando los antiguos ofrecían niños en los rituales para calmar al Dios iracundo y a la multitud sedienta de violencia. Para hacernos entender mejor, recordemos el contexto sagrado del mundo antiguo atravesado por el mito. En la antigua ciudad de Cartago, se mandaba a construir un enorme toro en bronce, hueco por dentro y con orificio en el lomo, luego se calentaba hasta estar bien al rojo vivo, inmediatamente se le vertían los primogénitos capturados al azar, y así los expectantes oían, no sus gritos, sino el Gran Rugir de la bestia ofrecida a su Dios que clamaba Justicia. El sacrificio estaba conjurado. De esta manera la turba saciaba su sed de violencia y los dioses estaban regocijados. Una espiral de violencia se contenía.

En nuestra Colombia no vemos ningún conjuro. Por el contrario, se atiza la violencia. El Gobierno colombiano escamotea la realidad general con la tragedia particular. A pocos días de esta tragedia espectáculo, uno de los banqueros connotados del país, azuza al Gobierno a que declare la conmoción interior para dar solución, decía, a la inoperancia de la justicia. ¿Será que la dirigencia colombiana continuará insistiendo, muy a contravía del orden mundial, en ocultar lo nefasto de los modelos mediáticos que traen mucho más injusticias y males que los que prometieron solucionar?
TOMADO DE SEMANARIO VIRTUAL CAJA DE HERRAMIENTAS
Octubre de 2008

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