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lunes, 6 de octubre de 2008

LA CRISIS DEL SIGLO

LA CRISIS DEL SIGLO
POR IGNACIO RAMONET

Los terremotos que sacudieron
las Bolsas durante el
pasado “septiembre negro”
han precipitado el fin de
una era del capitalismo. La arquitectura
financiera internacional se ha
tambaleado. Y el riesgo sistémico permanece.
Nada volverá a ser como antes.Regresa el Estado.

El desplome de Wall Street es
comparable, en la esfera financiera,
a lo que representó, en el ámbito
geopolítico, la caída del muro de
Berlín. Un cambio de mundo y un
giro copernicano. Lo afirma Paul
Samuelson, premio Nobel de Economía:
“Esta debacle es para el
capitalismo lo que la caída de la
URSS fue para el comunismo”. Se
termina el periodo abierto en 1981
con la fórmula de Ronald Reagan:
El Estado no es la solución, es el
problema”
. Durante treinta años, los
fundamentalistas del mercado repitieron
que éste siempre tenía razón,
que la globalización era sinónimo de
felicidad, y que el capitalismo financiero
edificaba el paraíso terrenal para
todos. Se equivocaron.

La “edad de oro” de Wall Street
se ha acabado. Y también una etapa
de exuberancia y despilfarro representada
por una aristocracia de
banqueros de inversión, “amos del
universo” denunciados por Tom Wolfe
en La Hoguera de las vanidades
(1987). Poseídos por una lógica de
rentabilidad a corto plazo. Por la búsqueda
de beneficios exorbitantes. Dispuestos
a todo para sacar ganancias:
ventas a corto abusivas, manipulaciones,
invención de instrumentos
opacos, titulización de activos, contratos
de cobertura de riesgos, hedge
funds… La fiebre del provecho fácil
se contagió a todo el planeta. Los
mercados se sobrecalentaron, alimentados
por un exceso de financiación
que facilitó el alza de los precios.

La globalización condujo la economía
mundial a tomar la forma de
una economía de papel, virtual, inmaterial.
La esfera financiera llegó a
representar más de 250 billones de euros,
o sea seis veces el montante de la
riqueza real mundial. Y de golpe, esa
gigantesca “burbuja” ha reventado.

El desastre es de dimensiones
apocalípticas. Más de 200.000 millones
de euros se han esfumado. La
banca de inversión ha sido borrada
del mapa. Las cinco
mayores entidades se
han desmoronado:
Lehman Brothers en
bancarrota; Bear Stearns
comprado, con
la ayuda de la Reserva
Federal (Fed), por
Morgan Chase; Merril
Lynch adquirido
por Bank of America;
y los dos últimos,
Goldman Sachs
y Morgan Stanley
(en parte comprado
por el japonés Mitsubishi
UFJ), reconvertidos
en simples
bancos comerciales.

Toda la cadena de funcionamiento
del aparato financiero se ha
colapsado. No sólo la banca de inversión,
sino los bancos centrales, los
sistemas de regulación, los bancos
comerciales, las cajas de ahorros, las
compañías de seguros, las agencias
de calificación de riesgos (Standard&
Poors, Moody’s, Fitch) y hasta
las auditoras contables (Deloitte,
Ernst&Young, PwC).

El naufragio no puede sorprender
a nadie. El escándalo de las “hipotecas
basura” (subprime) era sabido
de todos. Igual que el exceso de liquidez
orientado a la especulación, y la
explosión delirante de los precios de
la vivienda. Todo esto ha sido denunciado
–en estas columnas– desde hace
tiempo. Sin que nadie se inmutase.
Porque el crimen beneficiaba a muchos.
Y se siguió afirmando que la
empresa privada y el mercado lo arreglaban
todo.

La Administración del Presidente
George W. Bush ha tenido que renegar
de ese principio y recurrir,
masivamente, a la intervención del
Estado. Las principales entidades de
crédito inmobiliario, Fannie Mae y
Freddie Mac, han sido nacionalizadas.
También lo ha sido el American
International Group (AIG), la
mayor compañía de seguros del
mundo. Y el Secretario del Tesoro,
Henry Paulson (ex presidente de la
banca Goldman Sachs…) ha propuesto
un plan de rescate de las acciones
“tóxicas” procedentes de las
“hipotecas basura” por un valor de
unos 500.000 millones de euros, que
también adelantará el Estado, o sea
los contribuyentes.

Prueba del fracaso del sistema, estas
intervenciones del Estado –las mayores,
en volumen, de la historia
económica– demuestran que los mercados
no son capaces de regularse por
sí mismos. Se han autodestruido por
su propia voracidad. Además, se confirma
una ley del cinismo neoliberal:
se privatizan los beneficios pero se socializan
las pérdidas. Se hace pagar a
los pobres las excentricidades irracionales
de los banqueros, y se les amenaza,
en caso de que se nieguen a
pagar, con empobrecerlos aún más.
Las autoridades norteamericanas
acuden al rescate de los banksters
(“banquero gangster”) a expensas de
los ciudadanos. Hace unos meses, el
presidente Bush se negó a firmar una
ley que ofrecía una cobertura médica
a nueve millones de niños pobres
por un coste de 4.000 millones de
euros. Lo consideró un gasto inútil.
Ahora, para salvar a los rufianes de
Wall Street nada le parece suficiente.
Socialismo para los ricos, y capitalismo
salvaje para los pobres.

Este desastre ocurre en un momento
de vacío teórico de las izquierdas.
Las cuales no tienen “plan B”
para sacar provecho del descalabro.
En particular las de Europa, agarrotadas
por el choque de la crisis.
Cuando sería tiempo de refundación
y de audacia.

¿Cuánto durará la crisis? “Veinte
años si tenemos suerte, o menos de
diez si las autoridades actúan con
mano firme”, vaticina el editorialista
neoliberal Martin Wolf (1). Si existiese
una lógica política, este contexto
debería favorecer la elección del demócrata
Barack Obama (si no es asesinado)
a la presidencia de Estados
Unidos el 4 de noviembre próximo.

Es probable que, como Franklin D.
Roosevelt en 1930, el joven Presidente
lance un nuevo “New Deal” basado
en un neokeynesianismo que
confirmará el retorno del Estado en
la esfera económica. Y aportará por
fin mayor justicia social a los ciudadanos.
Se irá hacia un nuevo Bretton
Woods. La etapa más salvaje e irracional
de la globalización neoliberal
habrá terminado. 􀀟
(1) Financial Times, Londres, 23 de septiembre de

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