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sábado, 11 de octubre de 2008

¿CIUDADANOS COMPROMETIDOS CON EL ESTADO DE DERECHO O POLÍTICOS IMBECILES COMPROMETIDOS CON EL TOTALITARISMO Y LA IGNORANCIA?

¿CIUDADANOS COMPROMETIDOS CON EL ESTADO DE DERECHO O POLÍTICOS IMBECILES COMPROMETIDOS CON EL TOTALITARISMO Y LA IGNORANCIA?

Se escucha, con inusitada frecuencia, entre los ciudadanos, especialmente de las clases medias, de todas las edades, en capacidad de razonar, que no les interesa la política. Dicha apreciación conduce a algunos bien pensantes, previo análisis de la situación, a proponer un mayor desarrollo de la cultura ciudadana haciendo hincapié allí donde con más énfasis debe aplicarse: en las aulas escolares, habida cuenta de que loro viejo no aprende a hablar…

Lo curioso de la situación, después de mucho vaivén dialectico, es que una importante fracción del pensamiento conservador y de la curia, inserta en menesteres que no son de su competencia, pretendan a propósito, prescindir de los ciudadanos, es decir, de la democracia: tienen la convicción de que los ciudadanos son una manada de ignorantes que desconocen a los demás, que no saben de la cosa pública, que son desinformados e incoherentes. Olvidan, muy pronto estos “sabios”, que han sido los ciudadanos, en su suprema “estulticia”, quienes los han elegido para que los representen en los cuerpos colegiados, de conformidad con lo estatuido por el estado de derecho. La democracia, tal como la conocemos, se ofrece equitativamente a todos los ciudadanos, sin excepciones, en el entendimiento de que todos obraran, de acuerdo a su leal saber y entender, para mejorar las condiciones de vida de las colectividades donde les ha tocado vivir. Las instituciones, los mecanismos de la democracia y la misma actividad política deben combinarse para hacer efectivo el libre funcionamiento de las ideologías para que funcione, sin tropiezos, la oferta y la demanda en éste particular mercado.

Se observa desde las instituciones y con marcado acento desde el mundo político el deterioro del ejercicio de los derechos ciudadanos, la desinformación política y el aumento de la abstención en las lides democráticas. ¿Por qué tanto desinterés? ¿Podría afirmarse que el desinterés ciudadano por los asuntos colectivos está vinculado a la falta de cultura cívica y a la conciencia de que su participación en los asuntos públicos es mínima e irrelevante? Los dos fenómenos apuntan al meollo del asunto que nos ocupa, además de la convicción generalizada de la corrupción de los gestores políticos. La convicción de que la participación es irrelevante encuentra asiento en la creencia de que el voto personal cuenta poco o no cuenta nada entre millones de votos, y, de otra, en la percepción mediata, de que los beneficios obtenidos no son los esperados. Debe contarse además con la desaparición de los espacios de politización en los centros de trabajo, en la escuela y en las universidades, en la desestructuración de la familia, el individualismo a ultranza, el egoísmo y la desinformación propiciada desde los centros de poder por los medios de comunicación con la promoción de la política del miedo. Son muchos los factores que afectan hoy las decisiones ciudadanas y la cultura cívica. El deterioro de la cultura cívica tiene consecuencias desastrosas para la vida en común: falta de legitimidad de las decisiones que afectan al conglomerado social, rapto de la actividad política por parte de quienes detentan el poder económico, perdida de derechos democráticos y perdida de la gestión pública. Para acercar los ciudadanos a la vida pública se requiere voluntad política para escuchar y llevar a la práctica las exigencias de la colectividad. La tesis conservadora al respecto es la que afirma que: “la democracia no funciona cuando se hace lo que los electores exigen…” Según esta teoría, la indiferencia ciudadana, seria señal del buen funcionamiento del sistema democrático, es decir que, la democracia nada tiene que ver con la participación y la voluntad general…

Debemos recordarle a los gerifaltes que, mal que bien, la sociedad funciona porque parte importante de las acciones humanas no se rigen por cálculos mezquinos, sino por valores éticos y emocionales: nos indignamos ante las injusticias; sentimos vergüenza ante nuestros yerros; nos sentimos culpables cuando violamos las normas, etc. Hechos que solo son posibles cuando hay concordancia entre nuestras acciones y nuestro pacto social. Por ello la disposición a participar en la vida pública y en especial en la actividad política depende de la percepción ciudadana de la importancia que se otorgue a las exigencias de la colectividad. Quien sabe que no se le escucha, no se molesta en hablar. No es estúpido, es sensato. Las instituciones deben ser más sensibles a la vocación pública del ciudadano.

En resumen, el problema de la falta de cultura cívica tiene que ver menos con los ciudadanos que con las reglas de juego con las que se manejan. Forma parte del diseño y rediseño con que los partidos políticos de una parte, y las instituciones por otra, ponen en práctica de acuerdo a sus particularísimas necesidades. Está en el origen de los supuestos liberales que inspiran la democracia, es la forma como el liberalismo pretende resolver el conflicto democracia-ciudadano: “protegiendo” al ciudadano de la política. Permítaseme, para tener una visión grafica del problema, traer a colación, la historia de Kalil:

Un misionero llega a África con la misión de llevar la palabra de Dios a los aborígenes de una aldea perdida en la manigua. El misionero lleva seis meses tratando de explicarle a sus alumnos qué es una obra buena y qué una obra mala. Pasado el tiempo, decide examinar a sus alumnos y pregunta a uno de ellos:
Kalil, ¿qué es una obra buena y qué una obra mala?

-A lo que el aludido responde:-
-Una obra mala es que otro robe las vacas de mi señor…
¡Muy bien Kalil! Y, ¿Una obra buena?
-¡Que mi señor robe las vacas de otro!

Y es que para los liberales la pérdida de libertad empieza cuando las decisiones de otros, de la comunidad política, recae sobre mi y sobre lo que entiendo por libertad, y mi libertad aumenta cuando aumentan mis competencias, especialmente las que están excluidas por el contrato social. En estas condiciones, para los conservadores, los más liberales, es natural que la actividad política, antes que una garantía de libertad y convivencia, se entienda como un peligro, una amenaza a los intereses de las elites políticas y económicas.

La democracia exige la participación de todos en las decisiones que recaen sobre todos. Es decir que, han de ampliarse los ámbitos democráticos para revalorizar la participación ciudadana en la vida pública. La educación para la ciudadanía es básica si queremos priorizar la democracia participativa y hacer de las nuevas generaciones de ciudadanos personas comprometidas “CON LAS COLECTIVIDADES CON LAS QUE LES HA TOCADO VIVIR”.

Carlos Herrera Rozo.

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