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viernes, 2 de mayo de 2008









Montines del hambre





Por IGNACIO RAMONET











Portada mayo de 2008 - nº 151 Ya
son más de treinta y siete los países en los que la inseguridad
alimentaria ha provocado protestas. Las primeras tuvieron lugar en
México el año pasado por el aumento exagerado del precio del maíz.
También en Myanmar (antigua Birmania) la insurrección de los monjes, en
septiembre de 2007, comenzó por manifestaciones de descontento contra
la carestía de los alimentos. Y en las últimas semanas hemos asistido a
tumultos en diversas ciudades de Egipto, Marruecos, Haití, Filipinas,
Indonesia, Pakistán, Bangladés, Malasia y sobre todo de África
Occidental (Senegal, Costa de Marfil, Camerún y Burkina Faso) (ver
"Crisis cerealera", págs. 16 a 18).





Son rebeliones de los más pobres y limitadas al
ámbito urbano. El campesinado, por el momento, no se ha amotinado, y
las clases medias no se han sumado al alboroto. Pero lo harán si los
precios de la comida siguen aumentando. Y éstos subirán pues lo
paradójico de la situación es que nunca la producción agrícola había
sido tan abundante. O sea que la carestía actual no se debe a la
penuria, sino a otros factores. Habrá pues nuevos amotinamientos por
hambre y durante un largo periodo. Que se traducirán por nuevas oleadas
de emigración. Pues la comida representa hasta el 75% de los ingresos
de las familias de países pobres, contra un 15% en los países ricos.


Para prevenir las próximas algaradas, algunos Gobiernos ya han
multiplicado las medidas: Kazajistán ha suspendido todas sus
exportaciones de trigo, Indonesia ha decidido limitar las de arroz,
Filipinas ha declarado la guerra a los especuladores, y Argentina,
Vietnam y Rusia han restringido sus ventas de trigo, arroz y soja al
extranjero.


Pero los precios siguen en alza. Desde marzo de 2007, el valor
de los productos lácteos ha subido un 80%, el de la soja un 87%, y el
del trigo, un 130%. El Banco Mundial, que no está exento de
responsabilidad (léase, p. 32, el artículo de Serge Halimi), afirma que
estos aumentos han empujado al abismo de la miseria a más de cien
millones de habitantes de los países pobres. Y el Fondo Internacional
de Desarrollo Agrícola estima que por cada aumento de 1% del coste de
los alimentos de base, 16 millones de personas se ven sumergidas en la
inseguridad alimentaria. Lo cual significa que 1.200 millones de seres
humanos podrían padecer hambre crónica de aquí a 2025.


¿Por qué aumentan los precios de la comida? Esencialmente, por
cuatro razones. Primero porque la elevación del nivel de vida de países
como China, la India y Brasil ha modificado los hábitos alimentarios.
Se consume más carne, luego hay que criar más ganado. El cual consume
una parte importante de las cosechas de cereales. Las nuevas clases
medias comen más veces a la semana carne de pollo y de cerdo, y estos
animales se nutren a base de soja y de maíz. Como la población mundial
va a seguir creciendo y el poder adquisitivo de muchas personas va a
continuar elevándose, se producirá un cambio estructural. El ecologista
Lester Brown lo anuncia: "Cuando los chinos consuman tanta carne como
los estadounidenses, absorberán el 50% de los cereales del mundo" (1).

Segundo, porque una parte de la producción alimentaria (caña
de azúcar, girasol, colza, trigo, remolacha) se destina ahora a la
producción de agrocarburantes. Las tierras y los cultivos que se
dedican a esa actividad ya no dan alimentos para los seres humanos. Y
esto también se va a agravar. La Unión Europea ha decidido que un 10%
del total de hidrocarburos consumidos de aquí a 2020 deben ser
agrocarburantes. Y el presidente de Estados Unidos, George W. Bush,
pide que sea un 15%, de aquí a 2017. A tal punto que países con déficit
alimentario como Senegal o Indonesia han resuelto producir
agrocarburantes en vez de vegetales comestibles. Responsable en parte
de esta situación, el Fondo Monetario Internacional afirma que entre un
20% y un 50% de las cosechas mundiales de maíz y de colza ya están
siendo desviadas para elaborar carburantes.


Tercero, porque el estallido de los precios del petróleo -por
encima de 115 dólares el barril- encarece el coste de los transportes,
en particular el del traslado de los artículos del agro y por
consiguiente el valor de los alimentos.


Cuarto, por efecto de la especulación financiera. Huyendo de la crisis de los
subprime
, los fondos de inversiones apuestan en este momento por los
productos alimentarios: soja, trigo, arroz, maíz. Son valores refugio.
Los fondos compran y almacenan apostando por el alza. Como los
acaparadores de siempre, los nuevos especuladores no dudan en
enriquecerse con las hambrunas que ellos mismos contribuyen a crear. Se
estima que la especulacion está causando un 10% de las subidas de los
alimentos.


Los países ricos se comprometieron hace tiempo a consagrar el
0,7% de su Producto Interior Bruto al apoyo de los países pobres. Muy
pocos han cumplido esa promesa. En su conjunto, el año pasado la ayuda
disminuyó un 8,4%. ¡Y la asistencia a la agricultura de los Estados del
Sur bajó, en los últimos veinte años, un 50%! ¿Cómo extrañarse de la
proliferación de los motines? ¿A qué se espera para crear, por fin, un
gran Fondo Mundial contra el Hambre?






Notas:


(1)
Capital
, París, marzo 2006.

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