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lunes, 17 de agosto de 2020

 Si quieren los políticos Colombianos acabar con la violencia política, la guerrilla y el narcotráfico que declaren, de una vez por todas, que se vive un conflicto armado que vulnera todas las instituciones del país. No lo harán, porque saben que el gobierno tendría que comportarse de acuerdo a los principios y tratados internacionales sobre conflictos armados. No lo harán, por cuánto tanto los líderes políticos como los carteles de la mafia y comandantes guerrilleros entrarían en la Jurisdicción de la Corte Penal Internacional. No lo harán, porque declarar al país zona de guerra pondría en evidencia la política estadounidense sobre la región.No podrían esconder su apoyo a los regímenes títeres y a sus ejércitos en sus esfuerzos "anti droga" y por dominar el comercio y las materias primas de los estados en cuestión, toda vez que se le identificaría con conflictos activos vigilados por los Tribunales de La Haya. Por todo ello y por muchos otros intereses mezquinos no declararán el estado en conflicto armado... sus intereses valen más, según ellos, que el horror de los derramamientos de sangre, más que el terror permanente en que viven las sociedades que gobiernan.

Para reflexionar...


Si vamos a encontrarle algún sentido al crimen organizado, a la violencia  en Colombia, en America Latina, tenemos que abrir vien los ojos. Los cinturones de miseria, los barrios pobres no son la causa de las guerras criminales dirigidas por el narcotrafico, pero tenemos que admitir que, gracias a la desatención del estado, a su abandono permanente, son presa fácil de los facinerosos que les facilitan la supervivencia.  Los empresarios ricos, los políticos corruptos,la banca en general y los cuerpos de seguridad del estado suelen mover los hilos, y muchas bandas criminales no podrían operar sin éstos cómplices. La cadena de dinero y servicios vinculada con el crimen organizado llega a la puerta de todos ellos y alcanza a toda la población. Otra cosa, bien diferente,es la violencia generada por la guerrilla como respuesta a gobiernos desastrosos. También la guerra  generada por la violencia política ha sido penetrada por el trafico de estupefacientes para financiar su actividad frente a un estado inamovible, incapaz de reformas contundentes que permitan una sociedad mas justa e igualitaria.  El problema se  agrava en virtud de que, por razones del tráfico de drogas, el estado por facilidad represora vincula las dos violencias para atacar con mayor ferocidad a los disidentes ideológicos  que a los criminales que le prestan esporádicos servicios en financiamiento de campañas electorales. Y, así vamos hacia la derrota final...

miércoles, 14 de febrero de 2018




MACONDO Y LA REALIDAD COLOMBIANA A VUELO DE NEBLÍ ALIGERO.
“Rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil” (pero que siempre ha estado ahí)
Gabriel García Márquez.
“La literatura cuenta la historia que la historia que escriben los historiadores no sabe ni puede contar. Porque los fraudes, embaucos y exageraciones de la literatura narrativa sirven para expresar verdades profundas e inquietantes que solo de esta manera sesgada ven la luz”
Mario Vargas Llosa.
Releer La obra literaria de García Márquez no sólo es un placer espiritual sino tomar contacto, a través de las palabras de la ficción, con el mundo que nos acucia. La política colombiana pretende presentar el país como una sociedad abierta, democrática, pero no hay nada más lejos de la realidad, la democracia en Colombia esta amordazada por los medios de comunicación, la falta de participación ciudadana en las decisiones, la participación directa de los grupos financieros y económicos del país en las decisiones gubernamentales y la influencia de grupos de presión exterior, convirtiendo el país en una sociedad cerrada, gobernada por cuatro o cinco familias emparentadas con vínculos de consanguinidad en primer y segundo grado. En Colombia el poder se ha arrogado el control ciudadano, gobernando, a la vez, sus sueños y esperanzas a través de la manipulación, grosera y artera, de los medios de comunicación, la supresión de la historia en el pensum educativo y la privatización de la educación, negándole a la mayoría de los ciudadanos la posibilidad de instruirse y salir de la ignorancia donde la mantienen por conveniencia.
Nunca me había preguntado, como lo hago hoy, releyendo a salto de mata La Hojarasca, Cien Años de Soledad e Isabel Viendo Llover en Macondo, el porqué de la animadversión de la Clase dirigente, económica y política, con el premio Nobel Colombiano. Las afirmaciones de algunos dirigentes políticos, hoy en lisa electoral, sobre García Márquez, no dejan lugar a dudas, así como su exilio voluntario en México: El gobierno de Julio Cesar Turbay Ayala lo acusaba de financiar al grupo guerrillero M19, forzándolo a pedir asilo político en México donde murió.
La posición política de García Márquez es bien conocida: En 1983 cuando se le pregunto: ¿Es Ud. Comunista? El escritor respondió: “Por supuesto que no. No lo soy ni lo he sido nunca. Ni tampoco he formado parte de ningún partido político”. Si le confeso a Plinio Apuleyo Mendoza que, “quiero que el mundo sea socialista, y creo que tarde o temprano lo será”. Hay que anotar que García Márquez entendía por socialismo un sistema de progreso, libertad e igualdad relativa, y siempre afirmo que “yo sigo creyendo que el socialismo es una posibilidad real, que es una solución para América Latina, y que hay que tener una militancia más activa”. García Márquez, gracias a sus viajes por el mundo, había comprendido las diferencias sustanciales entre Comunismo y Socialismo y las posibilidades reales, de que este último, adquiriera carta de naturaleza en América Latina. Pero la realidad es obstinada cuando las gentes se avienen al sufrimiento por miedo a enfrentarse al porvenir: el pasado del país lo ha manipulado, la clase dirigente, en caminando sus conclusiones a justificar el presente sin entrar en ninguna clase de consideraciones ni de métodos para conseguirlo. La Historia oficial ha sido escenario de taumatúrgicas mudanzas: contundentes hechos han sido ocultados, silenciados o manipulados al vaivén de las necesidades de la camarilla gobernante. Esta es una práctica que el totalitarismo ideológico, de pensamiento único, ha perfeccionado pero no inventado. Prohibir la historia en los establecimientos educativos, trastocarla, convertirla en un instrumento gubernamental para legitimar a quienes mandan, proporcionar coartadas para sus fechorías se ha convertido en la tentación de los gobernantes para mantenerse en el poder en los últimos setenta y cinco años de nuestra historia.
Afirma Vargas Llosa, en La Verdad de las Mentiras que, “La imaginación a concebido un astuto paliativo para ese divorcio inevitable entre nuestra realidad limitada y nuestros apetitos desmedidos: La ficción”. Y es verdad, gracias a ella conseguimos, a pesar de inquinas, malas artes, suplantación de hechos y mordaza física y mental, mantenernos dentro de nuestros principios fundamentales defendiendo la soberanía personal y colectiva. La verdad histórica no puede sustituirse, es indispensable para conocer lo que fuimos y lo que queremos ser como colectividad humana en el futuro. Y la ficción, de otra parte, se convierte, gracias al arte literario, "en la historia privada de una nación"… a decir de Honoré de Balzac.
La historia de Colombia y de la sociedad colombiana ha sido reflejada por García Márquez en su obra literaria. Con cien Años de Soledad se cierra el periplo, en medio están La Hojarasca, El Coronel No Tiene Quien Le Escriba, La Mala Hora, El Otoño del Patriarca y sus Cuentos, entre los que destaco Isabel Viendo Llover en Macondo. Solo cito, en este escrito, la secuencia de lecturas de la que me he valido, a salto de mata, para escribir estas líneas.
Leyendo La Hojarasca descubrimos el estado social de Macondo, la división social en dos grupos bien marcados: primero, las familias fundadoras, la aristocracia de Macondo, y luego, la hojarasca, el otro, el intruso: «De pronto como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos: rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil. La hojarasca era implacable.» La aristocracia estaba representada por la familia del Coronel que tiene tal ascendiente entre sus vecinos que hasta las autoridades balbuceaban ante él. Su familia tuvo un esplendoroso pasado feudal y, a juzgar por el viaje realizado hasta Macondo, en el que hasta los caballos tenían mosquiteras, junto a su pequeña comitiva: cuatro guajiros y la guajirita Meme, dejaban ver claramente su riqueza. Ya en Isabel Viendo Llover en Macondo aparecen estos personajes secundarios. La familia del Coronel esta un peldaño más elevada que el alcalde, el cura, el doctor quienes no gozan de las comodidades de la familia del coronel ni de las consideraciones que le profesan los ciudadanos y, en consecuencia, forman un segundo segmento social en Macondo, inmediatamente por debajo de la aristocracia, y por debajo de estos se encuentran los guajiros, los sirvientes. En tanto Meme ha subido un escalón al convertirse en la concubina del médico por lo que es rechazada por el resto de la población. Lo que ha irritado al pueblo no es que sea la concubina del médico, lo que les molesta, en grado sumo, es que se presente en la iglesia como una gran señora. Lo que le molesta a la gente es que quiera aparecer como señora siendo guajira. Este hecho muestra claramente la falta de movilidad entre los grupos sociales de Macondo y que aún hoy persiste dentro de la sociedad colombiana, clasismo y arribismo conjugados y estratificados. Y por último esta la hojarasca, esa masa desenfrenada y prodiga que envileció a Macondo, como amorfo cinturón de desplazados por la guerra y la miseria.
Las autoridades en Macondo dan una imagen desastrosa: el alcalde es un hombre borracho, cobarde y corrupto. La autoridad actúa no en función de principios o mandatos legales, sino de conveniencias personales. Otro ejemplo significativo nos lo da el coronel: “a fines de 1918… la cercanía de las elecciones hizo pensar al gobierno en la necesidad de mantener despierto e irritado el nerviosismo de sus electores”. Para conseguirlo, ordenan registrar la casa del médico. Y el coronel piensa que, sin la intervención del Cachorro, “habrían arrastrado al doctor, lo habrían atropellado seguramente y habría sido un sacrificio más en la plaza pública en nombre de la eficacia oficial”. Nada extraño. El miedo como principio de coerción, los abusos y los crímenes son corrientes cuando se acercan las elecciones. Hoy son los defensores del pueblo, los defensores de los derechos humanos, periodistas profesores o estudiantes y todos aquellos que piensen diferente. Macondo no ha cambiado. Las autoridades civiles y militares proceden así para crear un clima determinado acorde a sus intereses. En la Hojarasca se recuerdan las elecciones como “un tenebroso domingo electoral”, “un Sangriento domingo electoral”. Lo único cierto es que las autoridades propician el jolgorio ordenando llevar al pueblo “damajuanas de aguardiente”. Lo único que queda claro es que las elecciones eran una farsa sangrienta y que la política es chabacana y brutal. Los gobernantes no tienen ley, no practican la justicia, no hay ideales que sustenten su qué hacer, salvo su mezquino interés personal. El ejercicio de la política se convierte así en un instrumento rustico, donde un grupo de individuos, sirven a sus propios intereses en desmedro de las comunidades por las que han salido electos. Macondo vive más allá de la ficción como una fotografía, en sepia, de una época que no termina de pasar, inmóvil en el tiempo y en una sociedad amodorrada en su propio fatalismo.
Colombia y Macondo, Macondo y Colombia, los términos no se diferencian, se asimilan, se proyectan como una unidad no solamente en el tiempo, también en la sociedad. Los registros de hoy tienen resonancia en ese pasado reciente que es Macondo y viceversa, lo que ocurrió en Macondo sigue ocurriendo hoy como un mantra del que no podemos escapar, no porque no se pueda, sino porque la castración mental a la que hemos sido sometidos no nos deja ver el horizonte, la capacidad y el derecho que aún tenemos de rebelarnos contra las mafias que nos gobiernan. La ausencia de rebelión consiente es otra causa del sometimiento y el miedo. La rebelión para que sea efectiva no puede ser individual, ha de ser colectiva, en base a principios democráticos que garanticen la justicia social y destierren para siempre la corrupción y el crimen.
Carlos Herrera Rozo.

Los colombianos necesitamos a alguien a quien odiar?

Con inusitada frecuencia leyendo  los comentarios  que proliferan en las redes sociales me hago la pregunta ¿Qué nos está pasando a los colombianos?
Da la impresión  de que habitamos en una sociedad que se solaza en la enemistad en vez de crear puentes de concordia. Todo indica que el conflicto que ha atravesado el país a lo largo de más de cincuenta años nos impidiera mirar al otro con confianza. Como si la violencia hubiera ocupado nuestros sentimientos y nos impulsara a necesitar a alguien a quien odiar para poder legitimar nuestro ideario y sentirnos superiores. Y nos da igual el tema que tratemos, religión, política, derechos humanos o las modas estéticas. En Colombia todo es susceptible de ser odiado: Necesitamos un enemigo al cual enfrentarnos, ya no por testosterona sino por convicción social. Hay que odiar, odiar para ser y tener un lugar dentro del mundo en que nos movemos. Odiar al Gay, odiar al que piensa diferente a nosotros, odiar al que profesa otra fe, odiar a los negros, odiar al vecino, en síntesis odiar al otro. Siento, desde la atalaya en que vivo, que el mundo en el que transcurrió mi infancia ya no me pertenece, que se vive en un espacio inclemente, árido y solitario donde la violencia se impone como única ley y donde algunos, los más pocos, quedamos relegados, casi invisibles, porque no aceptamos el pensamiento único que tratan de imponer los mesías de la política y la economía.
Recuerdo, con asombro,  El Mundo de Ayer de Stefan Sweig, donde nos recuerda el autor los comienzos del siglo XX. Zweig señala sin reparos los defectos de esa sociedad desaparecida (la pobreza de grandes sectores de la población, la permanente minoría de edad de las mujeres, la hipocresía sexual), pero añora también con pasión  el ideal de progreso indefinido y la ferviente fe en el ser humano que desaparecerían para siempre en las trincheras de Guerra. Los títulos de los capítulos evocan una cultura humanista y el frescor de una esperanza en el futuro que quedarían destrozadas por los primeros desórdenes del siglo XX. La lectura se hace aún más dramática si se recuerda que Zweig se suicidaría poco después en compañía de su esposa, llevado por la desesperanza ante el aparente triunfo del nazismo en la Segunda Guerra Mundial, el cual invito a leer toda vez que ese relato  a los colombianos de hoy debe resultarles, como a mí, muy familiar. Quienes desde la juventud hemos vivido la experiencia de la guerra, que ha destruido el país en los últimos cincuenta años, arrebatándonos el futuro y la senda del progreso social y político, y, para colmo de males, sumergiéndonos en la corrupción que ha permeado todas las capas de la sociedad y ensombrecido el futuro de las nuevas generaciones de ciudadanos.
Muchos ciudadanos pensamos, equivocadamente, que con el pacto del Frente Nacional firmado entre Alberto Lleras Camargo y Laureano Gomez en Benidorm, habían quedado atrás  los enfrentamientos violentos tan comunes en nuestra historia nacional. Hoy sabemos, gracias a los líderes políticos y financieros que dirigen el país, que no hemos salido del lodazal donde nos tienen recluidos quienes a lo largo de este periodo de cincuenta años han detentado el poder. El discurso del odio no solo sigue sembrado en la política nacional sino que, también, se ha regado a lo largo y ancho de la nación en todos los estratos de la sociedad.
No me invento nada. Basta con oír  a los más importantes líderes de los partidos políticos para comprender mi aserto: Recurren al odio para estigmatizar al adversario, para que sea tratado con hostilidad. Utilizan las emociones como pauta política en lugar de utilizar la dialéctica, la libertad de expresión y la libertad de los derechos de la colectividad para expresarse democráticamente desde la ideología que profese negándole al legitimo contradictor los derechos que exigen para sí mismos. Olvidan estos “lideres” que la libertad de expresión es la única vía hacia la libertad, y que someterla, extirparla es el camino abierto hacia el totalitarismo.
El contrato social, al que nos debemos, nos indica que el núcleo de la vida social está formado por la colectividad y no por individuos aislados, sometidos todos al cumplimiento de las normas que hemos aceptado para convivir con respeto y dignidad sujetos a una ley común. Desde esta perspectiva, los discursos intolerantes, los que siembran odio y muerte están causando un daño irreparable al tejido social. Están abriendo un abismo insalvable entre los ciudadanos, entre las familias, los amigos, los vecinos, a tal punto que, todos se sienten ajenos. Estos “mesías” que andan convencidos de ser superiores no han comprendido su propia estupidez al pensar que les asiste, a ellos y solo a ellos, el derecho de la libre expresión, sin importarles que están atentando con su discurso mal intencionado, procaz y violento contra los derechos constitucionales del adversario. Son conscientes de que el conflicto entre la libertad de expresión y el discurso del odio no se supera solo con la ley porque es difícil establecer hasta donde es posible dañar al otro sin incurrir en un delito penal y de eso se valen para seguir en su labor destructiva.
Solo el reconocimiento de que todos somos iguales, no solo ante la ley  y el contrato social que nos une, sino ante la ética social y la dignidad entre semejantes, nos permitirá superar  el discurso del odio , la libertad de expresión y la participación política desde cualquier ideología. Reforzar el pensamiento democrático es lo único que nos permitirá superar el actual conflicto social,  acogiéndose al proceso de paz, y exigiendo el respeto de los derechos de las personas más vulnerables de la sociedad que se encuentran a merced de los socialmente más poderosos ya sea en el ejercicio de las funciones públicas o desde las trincheras del mundo financiero y económico. La paz es un derecho de todos y lo único que nos permitirá volver a vivir en armonía.


jueves, 25 de mayo de 2017

COLOMBIA EN LA ENCRUCIJADA: ¡PAZ O GUERRA!






Permítaseme iniciar esta nota con una frase de Gabriel Garcia Márquez,  para el que, algunos colombianos que nunca lo han leído, cito palabras textuales, “no ha hecho ni una mierda por el país”, apreciación que manifiesta su absoluta desinformación o ignorancia supina sobre el nobel Colombiano.

Vamos a lo nuestro, al tema objeto de esta nota, la paz o la guerra. Garcia Márquez afirmo que, “la vida no es la que uno vivió sino la que uno recuerda y como la recuerda para contarla” y es justamente lo que está ocurriendo en el ideario colectivo en relación con  los tratados de paz y su ulterior desarrollo.  Uno de los factores más prominentes para los seres humanos es el olvido, es tan importante como poder recordar. Si no hubiéramos desarrollado el mecanismo del olvido, para evitar formar ciertos recuerdos irrelevantes, caeríamos en un estilo de vida como el de Funes el Memorioso, fantástico personaje de Borges, que vivía con la tragedia de recordarlo todo. Lo que se pone de relieve en el personaje de Borges no es su incapacidad de olvidar, o, dicho de otra manera, su incapacidad de transformar sus bastos recuerdos en pensamiento. Pensar, dice el narrador, es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. Funes no podía pasar por alto lo irrelevante, ni hacer asociaciones mentales, ni construir ideas generales de las cosas y, menos aún, llegar a juicios de valor objetivo.

Al hablar de la violencia en Colombia nos encontramos frente a un largo periodo de tiempo que cubre  setenta y cinco años de nuestra historia, la manipulación  de los hechos, y con estos mimbres,  el registro en  la memoria que poseen los ciudadanos sobre su historia. Muchos la vivieron y ya no están, otros, los menos, la recuerdan como un pasado tenebroso, otros  la conocen de oídas y la mayoría solo sabe lo que le han contado o la desconocen por completo. ¡Ninguno tiene la razón!  La violencia en Colombia no ha cesado, a tal punto que, los colombianos se han acostumbrado a su presencia y a que continúen en el poder las familias  que desde entonces han hecho de la violencia su aliada en el mantenimiento del statu quo.

Se oye con inusitada frecuencia que, “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Se nos ha inculcado que la memoria, el recuerdo del pasado histórico es una  de las más elevadas obligaciones morales de la sociedad. En parte es cierto. Pero, ¿se nos han contado los hechos históricos como verdaderamente ocurrieron? También se nos dice que la historia la escriben los vencedores. Entonces tenemos la obligación de investigar y ser críticos para tomar posiciones acordes con la verdad. No debemos olvidar que la comunidad de naciones, en más de una ocasión por no decir que siempre, ha conducido a la guerra más que a la paz, al rencor y al resentimiento más que a la reconciliación y a la venganza por agravios reales o imaginarios en lugar de comprometerse con la difícil tarea del perdón .En Colombia nos encontramos hoy con este dilema o perdonamos o continuamos en guerra. Presentemos  el dilema de forma más cruda: Podemos  inclinar nuestros deseos  ajustándonos, sin más, a la justicia, pero, por razones  bien conocidas, no será una amiga fiable de la paz. Los acuerdos entre partes en litigio requieren de la voluntad de ceder de los implicados en el conflicto. Otra cosa es  llegar a acuerdos, es decir, olvidar  los agravios, perdonar, en aras de un futuro mejor para todos los asociados. En España, tras la dictadura de Francisco Franco, se llegó a un acuerdo político entre los bandos enfrentados, derecha e izquierda, que permitió la restauración de la democracia. La transición de la dictadura a la  democrática llego tras el olvido, por parte de los contendientes, de los agravios cometidos. En puridad no se trata tan solo de olvidar sino de tener presente, en nuestro caso,  que   el Estado colombiano ha sido y es el actor principal de la violencia en Colombia para mantener el statu quo, el uso omnímodo del poder por un puñado de familias consanguíneamente vinculadas. En consecuencia, no se trata de olvidar ahora como de comprender que en algún momento del futuro, independientemente del cuándo, será mejor abandonar las victorias, las derrotas, las heridas y los rencores porque, de lo contrario, la guerra nos superara y condenaremos a las nuevas generaciones de ciudadanos a una oscura y larga noche  de dolor y muerte…

La incapacidad para llegar a acuerdos de paz, la incapacidad para perdonar y olvidar ha llevado a  países como Palestina e Israel, Bosnia, Liberia, Ruanda, Kurdistán, Sierra Leona o Colombia, solo por citar a algunos, a un continuo derrame de sangre. Entiendo que la paz perpetua es un sueño imposible porque la injusticia y la desigualdad aumentan y los pobres son cada vez más pobres y menos libres. La miseria, la ausencia de democracia y la injusta distribución de la riqueza son las principales causas que subyacen en los conflictos, al convertirse el recurso a la violencia en la única salida para amplios sectores d la población. Sea como fuere  El futuro de Colombia  está, hoy por hoy,  en conseguir que se firmen los acuerdos de paz y sean refrendados por el congreso.



Carlos Herrera Rozo




jueves, 4 de mayo de 2017

martes, 17 de junio de 2014

REFLEXIÓN SOBRE LA PAZ.

Hubiera querido tener una mayor participación en la elección del candidato a la presidencia de la república pero no siempre las cosas salen como uno desea. Comenzare por felicitar a todos los ciudadanos que votaron por la PAZ, e invitar a todos los que votaron por la GUERRA a reflexionar sobre la PAZ y el futuro de las nuevas generaciones de COLOMBIANOS. Se que quienes tuvimos la desgracia de nacer dentro del conflicto somos mas conscientes de los daños padecidos, del lastre que nos impide avanzar y, por lo mismo, de la inminente necesidad de llegar a acuerdos de PAZ que garanticen la libre convivencia.

Los pueblos Democráticos,sin excepción, cuando firmaron el contrato social lo hicieron conscientes de que sin el la libre convivencia devendría imposible. Es por ello que, la PAZ, es el mayor bien dentro de las democracias representativas, y que, sien el, todas las demás normas legales y los bienes que de ellas se desprendan desaparecerán o dejan de tener sentido practico toda vez que no podrán aplicarse en plenitud ni disfrutarse sin temor. Es por ello que, este preciado bien, la consecución de la PAZ,es una tarea que no solamente obliga al Ejecutivo y a las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado,sino a todos los ciudadanos en su conjunto. porque todos somos los titulares del deber de reconciliación entre hermanos en el convencimiento de que la relación de fuerzas sea sustituido por relaciones de colaboración y entendimiento con la vista puesta en el bien común.

De todo lo anterior se desprende que no puede haber PAZ verdadera sin JUSTICIA SOCIAL. Si queremos acabar con el conflicto tenemos la necesidad ineludible de reestructurar el estado y por consiguiente la política, con mayúsculas, sin revanchismos que hagan fracasar los mas sinceros propósitos. Si no lo hacemos así solo alcanzaremos paces de componenda, como todas las ya firmadas, en las que absurdamente se reconoce una porción de PAZ O DE JUSTICIA SOCIAL que no se corresponde con los intereses ciudadanos ni da soluciones claras a los grupos en conflicto sino que hace caso a intereses espurios mas preocupados por sus privilegios que por los intereses de la nación. La PAZ conseguida de esta forma ni es justa ni, por lo mismo, equitativa, es una PAZ impuesta por el mas fuerte.

Si no cambiamos nuestra manera de pensar, si no somos capaces de ver al otro como nuestro legitimo contradictor con los mismos derechos, deberes y obligaciones dentro del marco constitucional vigente, no lograremos otra cosa que anestesiar las INJUSTICIAS SOCIALES con un pacifismo ramplón donde se vayan amontonando unas encima de otras nuevas querellas y demandas por el incumplimiento de la JUSTICIA hasta que, como siempre ha ocurrido, en nuestra patria verde y herida, la falsa paz establecida sea una montaña de injusticias que vuelva a reventar en mil llagas purulentas. Tienen que entender tanto los gobernantes como los gobernados que la PAZ no es la ausencia de GUERRA, ni un equilibrio entre fuerzas adversas, sino la búsqueda de un ORDENAMIENTO LEGAL BASADO EN LA JUSTICIA SOCIAL que exige darle a cada cual lo que se merece: Castigo, dentro de la ley, al criminal, resarcimiento de las victimas y garantía de que la INJUSTICIA no podrá seguir reinando para los desaprensivos en el uso de la fuerza para garantizar sus privilegios.

Invito a todos los Colombianos, especialmente a las gentes jóvenes, a releerse la historia de los últimos setenta y cinco años del país para, con ello, tener una mejor perspectiva de lo que ha ocurrido y de la urgente necesidad de llegar no a una Pax Romana simo a una PAZ pactada por todas las fuerzas vivas de la nación con el animo siempre dispuesto al buen entendimiento entre las partes por el bien común y por una JUSTICIA SOCIAL SIN FISURAS NI REVANCHISMOS.

Citare un par de ejemplos para hacer mas comprensible esta disertación sobre la PAZ:


Terminada la segunda Guerra Mundial, la sociedad de naciones se volcó en construir un nuevo orden mundial que preservara a las generaciones venideras de la tortura de la guerra instituyendo la norma del recurso a la fuerza solo en el caso excepcional de la legitima defensa y las medidas de mantener la PAZ apelando siempre al Consejo de Seguridad. Lamentablemente las supuestas “garantías” que se exigían pendían mas, y así sigue ocurriendo, de los intereses de las potencias que se sientan en el Consejo antes que proteger el bien común. Las Grandes Potencias se han dedicado por entero a proteger sus intereses geo-estrategicos y económicos sustentados en sus principios “democráticos” inicuos a costa de la ruina de generaciones enteras y del fracaso de las naciones que padecen sus decisiones: La reciente guerra contra IRAK promovida por el grupo de las AZORES, George W. Buhs, Tony Blair y Jose María Aznar es un claro ejemplo de este proceder, pero también el mantenimiento de guerras intestinas como ha ocurrido en RUANDA, Afganistán, Israel y Palestina, Nigeria, República Centro Africana, Colombia, República del Congo, Somalía, Sudan, etc,etc. todos estos países sujetos al expolio continuado de sus recursos naturales y, para conseguirlo, manteniendo por medio de la guerra, su fragilidad interna.

Carlos Herrrera Rozo.